“Me sentía resentida contra la brutal realidad que había hecho morir, no a uno de mis padres sino a ambos, por armas de fuego” (De su libro autobigráfico Templada por la desesperanza, motivada por la esperanza).

En agosto de 1974, cuando se encontraba estudiando en Francia, recibió un mensaje que la urgía a retornar cuanto antes a Corea. Cuando llegó al aeropuerto sin saber qué estaba ocurriendo, vio los titulares de los diarios en un puesto de periódicos:

“Fue asesinada la Primera Dama de Corea”.

Así se enteró de la muerte de su madre. “Entonces sentí un fuerte dolor en el pecho, como si un afilado cuchillo se hubiera clavado profundamente en mi corazón”, recordaría luego ella ese momento.

Cinco años después, el 26 de octubre de 1979, fue asesinado su padre el presidente Park Chung-hee. Cuando recibió la noticia de su repentina muerte en horas de la madrugada, su primera pregunta fue: “¿No hay problemas en la frontera?”. En esa época la muerte de su padre no era sólo una pérdida personal sino una situación sumamente crítica para el país que podía romper en cualquier momento la frágil estabilidad de la Zona Desmilitarizada.